Tardes largas de clase, interminables.
Mañanas perezosas y tempranas en las que las escaleras del colegio parecen no acabarse.
Ver a las profesoras que tanto te quieren y tanto esperan de ti saliendo y entrando del despacho, despiertas, mientras tu aprovechas para sentarte en el suelo y hablar con tus amigas de las novedades que han podido pasar en una sola noche sin verlas. Un tintineo de llaves y un abrir y cerrar de puertas que indica que la jornada comienza.
Libros plagados de corazones con iniciales, de estrellas y de sueños. Te separan de tus amigas en clase pero siempre consigues una forma de comunicarte con ellas.
Miradas soñadoras de invierno pos la ventana, cuando has decidido que por mucho que prestes atención no vas a entender nada.
Ese uniforme que muchas veces has querido quemar pero que sabes que nunca serás capaz de hacerlo, que lo guardarás para tenerlo en tus recuerdos.
Esos edificios grises y fríos en los que has pasado tantos días, risas, lloros y nerviosismo.
Bajar el cuaderno al recreo sabiendo que no vas a estudiar más y que lo único que vas a hacer es sentarte contra un muro, tomar el sol, y hablar de cosas sin importancia.
Amistades que comienzan entre esas paredes y que nunca se acabarán porque han sido muchos momentos compartidos.
Ver que se acerca el momento de irte, de dejar todo atrás. Estás contenta, te haces mayor, pero te das cuenta de que han sido catorce años de tu vida, que ellas te han educado, que has pasado allí más tiempo que en tu propia casa. Lo echarás de menos y sin poder evitarlo, llorarás.
Sabes que aunque decías que nunca volverías, que querías escapar, algún día volverás con el objetivo de recordad, de verte corriendo con cinco años por el patio, hablando de chicos con trece, y madurando. Verás que fue, es y será inolvidable.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario